miércoles, 19 de mayo de 2010

LA LICUADORA 047 > Puro Cuento


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Mi casa tiene un fantasma, él y yo conversamos cuando las noches se vuelven un solo. Prefiero la compañía de Adel, el fantasma, a la de los amantes de turno que me dejan a media llama. Sus perspectivas iluminan mis ojos y me seca las lágrimas con un par de palabras. Casi nunca hablamos de él. No siente soledad. Siempre seguro y vidente, más allá de lo evidente, como un Thundercat! Tiene una historia, que ya no recuerda bien, me la contó una noche en que sentí su melancolía. Al pararme en su espectro pude ver su universo abismal y al sentirnos frente a frente nos abrazamos en un sentimiento de paz. Desde ese día siento que nos une una conexión especial. No puedo verlo pero su efigie se dibuja en mi mente como en un autocine. Tampoco puedo sentir su contacto pero me para los pelos de punta el roce de sus palabras. Adel es sorprendente, vigila mi casa cuando salgo y aprueba o desaprueba mi compañía cuando entro. Ha dejado como siempre té en la estufa pero ha escondido el azúcar porque mi invitado no le gusta. Con Daniel, mi pequeño hijo, es una maravilla. Lo dejo a su cuidado en las noches con más tranquilidad que con la nana, a la que tengo que convencer que todo lo que ve está sólo en su mente. Que tal embustera! Pero sin nana no puedo estar, así que me toca inventar.

Eduardo se sienta en la sala y revisa de un vistazo la casa, es nuestra primera cita. Siempre topamos en la calle con los amigos pero esta vez es especial y premeditadamente predecible. Le hablo un poco de música, mi cabeza se llena de emociones y salto en fracciones de segundo a recordar Baisers volés de Truffaut, empiezo a hablarle de una melodía de la película… volteo a ver su cara de alunizaje, inmediatamente me callo y cambio a un tema más trivial. Adel recorre el cuarto de Daniel como todas las noches y lo cobija. El rechinar de la madera del piso de la estancia me hace entender su casi burlesco pisar. Ha escuchado la conversación y veo venir un susurro de jocosa desaprobación. No siempre es así, a Ildefonso no sólo lo toleraba sino que le agradaba. Siempre salía a recoger los papeles que le echaba en la cara en mis arranques de histeria femenina.

-Déjame en paz Adel! No me des más cuerda que sabes que con Ildefonso no puedo. Me trae idiota, el brillo de sus ojos me encandila y su falta de coordinación me despelleja la piel. Prefiero olvidarlo, no quiero volver a verlo.

En esos días entré en una depresión, me la pasaba en vela y no quería ni tomar mi sopa por no caer en la tentación de juntar las letras de su nombre. Siento que voy a morir. Daniel viene a mi regazo, estoy distante y más trasparente que Adel, quien viene a tomarlo de la mano y a mostrarle los pájaros que se posan en las ramas de los árboles frente a mi ventana. Es impresionante como se comunican. Adel le ha contado muchas cosas. Daniel, que no tiene límites de conciencia, puede verlo sin diferenciar su estado inmaterial. He tenido que contarle a mi madre el cuento del amigo imaginario, que ha funcionado perfecto, y le da libertad a Daniel de hablar de Adel sin despertar el miedo de mentes terrenales.


Suena el teléfono, que de por si me persigue como la tentación del fruto prohibido, y no me atrevo a tocarlo. Narcisa contesta y me dice que es Ildefonso llamando. Ha tardado un mes en llamar pero no quiero contestar. Sé que si lo hago no voy a dejarlo hasta que me desangre otra vez. Me muerdo las manos y le digo a Narcisa que le diga que salí. Escucho a Narcisa susurrar el recado, me arrepiento por cada sílaba que pronuncia y siento de nuevo ese espantoso ardor en el pecho. Detesto esta sensación! Sólo puede ser el descontrol de una mentira que juega con mi mente. Como hago ahora? Pasan los días, no devuelvo la llamada y creo que ya no paso ni el agua. Estoy dedicada al mural de la Plaza del Sur y me sumerjo en mi trabajo. En la obra estoy más neurótica que mi madre en la cena de navidad, los detalles más ínfimos pasan por mi lupa de aumento y veo mis poros del tamaño de un volcán. El hueco no se cierra y a ratos me hiperventilo de impaciencia. Una nube de pensamientos ataca mis defensas como un virus mortal. Llego en la noche cansada e impaciente. El té está como siempre caliente en la estufa. Adel. Mis días de inconsciencia lo han hecho desaparecer a él, a Daniel, a la casa y hasta los requerimientos del mercado de Narcisa, quien ha resultado ser autosuficiente con las leyes que rigen el hogar. De repente veo la casa aparecer. Todo está iluminado con un color diferente y acogedor, casi rosa. Me acerco a la ventana, puedo oler el río y escuchar sus lamidos en mis oídos. Respiro profundo y siento el aire invadir los vacíos de mi cuerpo. Al diablo este sentimiento! Pongo algo de música que deliciosa se enlaza con la brisa y empiezo a sentirme flotar. Daniel viene a mi mente y dejo de bailar, subo las escaleras y entro en su habitación. Mi ángel duerme en su cuarto de estrellas. Adel lo cuida bien. Su vasito de agua siempre lleno y la cobija en su sitio que lo abriga, las medias en sus pies y la lámpara a media luz. Todo perfecto. Siento que he aterrizado recién hace un rato y todo se ve distinto como si me hubiera ido un tiempo. Creo que he estado demasiado ausente. Beso a Daniel y salgo a buscar a Adel. Me empieza a embargar la angustia mientras pasan los minutos y no lo encuentro.

-Adel, donde estás?

Me recuesto en la hamaca junto a la ventana. Adel no viene, empiezo a dormirme, estoy muy cansada y tengo mucho sueño. Dentro de un ensueño, entregada a perder la conciencia de un momento a otro, siento una mano pasar por mi pelo, intento abrir los ojos pero ya no puedo luchar contra el sueño. Creo que veo a Ildefonso pero no puedo hablar ni abrir los ojos, no siento temor, ni rabia, ni deseo. Me carga en sus brazos y me esfumo. No siento roces. No sé dónde estoy. Nunca he estado en este lugar pero lo recuerdo como si fuera mi hogar. No veo nada sólo una luz de adentro hacia afuera de mí que circula como una fuente. No siento calor ni frío. Qué es este lugar que me vuelve vapor?

-Ildefonso eres tú?

No recibo respuesta y al abrir los ojos veo un universo de estrellas arriba y abajo. No puedo verme a mí misma. No estoy. Cierro los ojos, dejo la tibieza que siento recubrirme la piel como seda y me duermo sin sentir mi respiración ni los latidos de mi corazón. En la mañana despierto sola. Narcisa entra a decirme que al teléfono está Ildefonso y contesto sin pensar.

-Aló?

-Tienes dos meses sin hablarme pequeña?

Estoy confundida, me acabo de desorientar y me doy cuenta de que algo no cuadra.

- Eh, hace cuánto dices?

-Tengo dos meses sin verte. Vamos a cenar.

De repente sus palabras se sienten vacías. Siento que hablo con un extraño.

-No creo Ildefonso, así es mejor.

Siento quebrarse un poco su voz y me dice:

- Mi amor, te extraño.

Creo que es la primera vez que escucho mi amor salir de su boca. Siempre le pareció una cursilería.

-Pronto pasará amor, pronto pasará.

Cierro el teléfono y sigo sin comprender anoche. Me siento feliz, llena de energía. Salgo de la habitación, encuentro a Daniel y veo el brillo de sus ojos replicarse como mil estrellas. Mi pequeño amor desaparece entre mis brazos y yo con él cada vez que lo abrazo. Adel viene a mi mente. Dónde está Adel? Lo busco por toda la casa y no lo encuentro. Narcisa me mira con cara de esta loca qué? Sólo me queda preguntarle a Daniel. Nunca hemos hablado de él, siempre que lo menciona, le hablo de él en tercera persona.

-Daniel, amor, has visto a Adel?

-Adel? Quién es Adel mami?

Daniel ya tiene ocho años, que pasó con mi bebé? Siento que se me mueve el piso. Adel. Dónde estás Adel?

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